sábado, 17 de mayo de 2025

Historias de mañana

El aire en Malabo estaba inmóvil, como si el mismo viento temiera moverse en una noche tan cargada de presagios. La humedad se pegaba a la piel, impregnando las calles con un olor a tierra caliente y miedo. Se escuchaba el murmullo de un país en espera, un silencio tenso, roto solo por el sonido distante de radios encendidas y el eco de pasos apresurados en los callejones.

Ebele apretó el fusil contra su pecho. Sus dedos temblaban, pero no por miedo—al menos no el miedo que sus compañeros parecían sentir. Su temor era otro, más profundo. ¿Cuánto resistiría su jefe? ¿Cuánto resistirían ellos? Su líder, un hombre que en otro tiempo parecía invencible, ahora se paseaba por los pasillos como una sombra inquieta, murmurando frases entrecortadas sobre traiciones y castigos. 

Desde su puesto, podía ver la gran mesa donde se amontonaban documentos y mapas. La luz de una lámpara titilaba sobre ellos, como si incluso la electricidad dudara. Fuera del palacio, en los límites de la ciudad, los rumores decían que los hombres de Nguere estaban listos. La pregunta que todos callaban era la única que realmente importaba: ¿quién vivirá para ver la luz del día?

Bajo el techo de una casa a medio construir, las manos de okiri se cerraban con fuerza alrededor del metal frío de su pistola. Su corazón latía demasiado rápido, como si ya estuviera en combate. Nunca había disparado a un hombre. Nunca había sentido la verdadera cercanía de la muerte. Pero esta noche no se trataba de temer. Se trataba de terminar con la pesadilla que había consumido a su familia.

Desde la ventana de la pequeña habitación donde él y sus compañeros esperaban la señal, veía las luces apagadas de la ciudad, las calles extrañamente vacías. La gente sabía lo que iba a ocurrir, aunque nadie lo decía en voz alta. ¿Era correcto? ¿Sería realmente el inicio de algo mejor? Se preguntó si en unos años, su nombre quedaría entre los héroes o entre los fantasmas de otra traición.

En la periferia, la oscuridad en la casa de Anabel parecía más profunda que cualquier otra noche. Sus hijos dormían, ajenos a lo que pasaba fuera. Pero ella no podía descansar. El pasado se repetía. Primero su esposo, desaparecido hace años por razones políticas. Ahora, el sonido de puertas cerrándose con prisa en el vecindario, de susurros aterrados tras ventanas entreabiertas.

Sostuvo la vela en su mano, la única luz que se atrevía a encender en la casa. A través de la cortina, vio las sombras de figuras moviéndose rápido, cruzando la calle. Se preguntó si serían hombres de Mabale,  soldados de Mikibi, o simplemente almas buscando refugio en la noche. Un pensamiento le recorrió la piel como un escalofrío: ¿y si mañana despierta y su mundo ya no existe?

En un viejo estudio de fotos, Fabián pasó toda la jornada escribiendo historias que en este momento nadie se atrevía leer. Con los ojos cansados pasó los dedos sobre la portada de su libreta. No había dormido en días, atrapado en la urgencia de documentar cada detalle. La historia le ardía en los dedos. La última vez que había escrito sobre Mabale, los rumores de su captura eran débiles, casi imposibles. Ahora, tenía la certeza de que todo se estaba desmoronando. 

Su pluma rasgó el papel con rapidez: Guinea Ecuatorial, 2 de julio de 3026. La noche se ha vuelto un animal en silencio. Un país espera su destino.

Bajo la luz débil de la lámpara, escuchó un golpe en la puerta. Su aliento se cortó en el pecho. ¿Era la revolución que venía por él? ¿O los últimos coletazos de un régimen que no quería dejar testigos?


Pequeñas historias calladas.

Luis Nsue MIA 

@nsuemia

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