En los albores de un reino silente,
Nze Medang se alzó, entre miedos y fauces.
Guardaba en su pecho un juramento antiguo,
de salvar a su pueblo de sombras y abismos.
El río Ngola le susurró secretos,
las aguas traían premoniciones inquietas:
un poder oscuro acechaba las tierras,
y él debía enfrentarlo, solo, en la niebla.
Con el escudo y espada a mano,
cortó las cuerdas que amarran las almas.
Convocó espíritus de la selva eterna,
y caminó entre mundos, ni vivo ni en pena.
En un claro olvidado, do los árboles murmuran,
halló la bestia, hija de la noche oscura.
Con ojos vacíos y garras de fuego,
exigía tributo, sembrando desespero.
Nze Medang, de pie, desafió el destino,
su voz como trueno, su espíritu divino.
El combate rugió entre sombras y estrellas,
hasta que la bestia cayó, vencida y sin huellas.
Pero su victoria trajo un precio amargo,
marcó su alma con un sello encantado.
Desde aquel día, en noches sin luna,
su espíritu vaga, buscando fortuna.
Cantan los trovadores sobre su gloria y pesar,
sobre su lucha eterna, el héroe sin hogar.
En los ecos del pueblo, aún vive su hazaña,
Nze Medang, el guardián de la montaña.
Luis NSUE MIA.
Bata 29 de abril 2025
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