Hay un lugar donde el llanto
no encuentra descanso,
donde las lágrimas se evaporan antes
de tocar el suelo
y el polvo cubre los nombres
como si jamás hubiesen nacido.
Una tierra extendida
como un cuerpo enfermo,
con cicatrices tan hondas que ni el tiempo
se atreve a mirarlas.
Una tierra cansada de enterrar vivos,
de parir hijos para el hambre,
de ver cómo la esperanza se vuelve hueso.
Aquí, el pan es un mito,
la sed no termina con agua
y la infancia muere sin haber jugado.
Las madres callan,
con la boca llena de ausencias
y los pechos secos como la tierra que pisan.
Nadie pregunta por los hombres.
Han sido tragados por los días,
convertidos en sombra
o en furia mal contenida.
Ya no construyen,
ya no creen,
ya no esperan.
Las ciudades se levantan
como ruinas nuevas,
decoradas con pancartas
que prometen un mañana
que nunca llega,
porque el mañana aquí se vendió
junto con la tierra,
el cobre,
la carne.
Y el poder...
el poder ríe.
Ríe en oficinas selladas,
en idiomas prestados,
con manos que nunca tocaron la miseria
y estómagos que no conocen el vacío.
Los discursos se repiten
como letanías cínicas
mientras en las aldeas se reza
para que la muerte al menos sea rápida.
No hay escuelas,
solo paredes que han olvidado
el eco de la voz humana.
No hay hospitales,
solo habitaciones donde la muerte espera
sentada en una silla rota.
No hay fe.
No hay piedad.
No hay tregua.
Solo polvo,
solo hambre,
solo un sol impasible
que calienta la desgracia
como quien alimenta a su mascota.
Y allá afuera,
el mundo mira desde lejos,
con sus banderas limpias
y sus culpas lavadas,
cerrando tratados sobre cuerpos,
negociando con nombres
que no saben pronunciar.
Aquí no queda nada.
Ni rabia,
ni lágrimas,
ni palabras.
Solo el crujir de una tierra
que traga vivos
y los ojos abiertos de los que
ya no tienen nada que perder.
La Tierra que Traga Vivos
_(version demo)_
_Sir Manoiká_
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