jueves, 18 de septiembre de 2025

MBG. Parte 1. Letras tras los barrotes.

 












Yo no nací delincuente. Nací en Bata, en una casa de bloques sin pintar, con techo de zinc que cantaba cada vez que llovía. Mi madre me enseñó a rezar, mi padre a desconfiar. En Nbangan, eso era educación básica. Lo demás lo aprendí en la calle.

A los once años vi mi primer machete ensangrentado. A los doce, ya sabía cómo esconderme cuando los de la banda de los “los diablos” pasaban por el callejón. A los trece, me ofrecieron dinero por vigilar una esquina. A los catorce, ya tenía apodos que no se dicen en voz alta. Y a los quince, me convertí en lo que la ciudad llama “problema”.

Pero ¿quién no lo es en Bata? Aquí, la noche no tiene estrellas, tiene gritos. Las peleas entre bandas son el pan de cada día. Los cachetazos se dan con rabia, no con mano. Las violaciones ocurren en patios oscuros, y las agresiones a mano armada ya no sorprenden a nadie. La ciudad se ha vuelto un laberinto de miedo, donde cada calle tiene su propio demonio.

Yo era parte de ese demonio. Lo admito. Robé, amenacé, peleé. No por placer, sino por supervivencia. En Nbangan, si no te haces respetar, te desaparecen. Y el respeto, aquí, se gana con violencia. Quien lo ignora que me cuente su historia.

Cuando la televisión anunció el decreto de lucha contra la delincuencia juvenil, muchos pensamos que era otra promesa vacía. Pero luego llegó “Operación Enclave”, también llamada “Operación Limpieza”. Y no fue una limpieza con escoba. Fue con botas, fusiles y listas negras.

La madrugada que me detuvieron, el aire olía a humo y a traición. No sé si fue el sonido de las botas o el silencio que las precedía lo que me hizo temblar. Yo estaba saliendo por la parte trasera de la casa de mi abuela, con una mochila que no pesaba más que mi miedo. No alcancé ni a cruzar el callejón cuando una patrulla policial se balanceo sobre mí. Tres hombres me rodearon. Uniformes oscuros, rostros sin expresión. Me tiraron al suelo. Me esposaron. Me llamaron por un nombre que no era el mío, pero que yo había ganado en la calle.

Mientras me arrastraban hacia la camioneta, vi a la tía Maruja detrás de su ventana. No dijo nada. Solo me miró como si ya supiera que esto iba a pasar. Los niños del barrio también miraban. Algunos con lágrimas, otros con rabia. Yo bajé la cabeza. No por vergüenza, sino por resignación.

En el cuartel, no hubo preguntas. Solo gritos, golpes, y una celda que olía a desesperanza. Me dijeron que era parte de una red. Que tenía antecedentes. Que mi nombre estaba en la lista. Yo no respondí. ¿Para qué? En Bata, la justicia no siempre pregunta. A veces solo actúa.

Ahora estoy aquí, encerrado. No sé si por justicia o por estadística. Cada noche, cuando escucho los pasos de los guardias, me acuerdo de los míos. De los que di corriendo, huyendo, buscando algo que nunca encontré. Me pregunto si algún día Bata volverá a ser ciudad, y no campo de batalla. Si Nbangan volverá a tener alma, y no solo historia oscura, contada por desconocidos. No sé, si algún día, podré volver a caminar sin que el eco de mis pasos me persiga.



SAKUL NSONO.

Nbangan 23 de septiembre de 2957.


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